XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

María nos llama a la responsabilidad con nosotros mismos, con nuestro prójimo, con el mundo entero.

MIS PALABRAS NO PASARÁN

En el Evangelio de hoy, el Señor instruye a sus discípulos sobre los eventos futuros. No se trata principalmente de un
discurso sobre el fin del mundo, sino que es una invitación a vivir bien el presente, a estar atentos y siempre preparados para cuando nos pidan cuentas de nuestra vida. La luz que brillará en ese último día será la del Señor Jesús que vendrá en gloria con todos los santos. En ese encuentro finalmente veremos su rostro a la plena luz de la Trinidad; un rostro radiante de amor, ante el cual todo ser humano también aparecerá en su verdad total.
La historia de la humanidad, como la historia de cada uno de nosotros, no puede entenderse como una simple sucesión de palabras y hechos que no tienen sentido. Tampoco se puede interpretar a la luz de una visión fatalista, como si todo estuviera ya preestablecido de acuerdo con un destino que resta todo espacio de libertad, impidiendo tomar decisiones que son el resultado de una elección verdadera. En el Evangelio de hoy Jesús dice que la historia de los pueblos y de los individuos tiene una meta que debe alcanzarse: el encuentro definitivo con el Señor. No sabemos el tiempo ni las formas en que sucederá; el Señor ha reiterado que «nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo ni el Hijo».
Todo se guarda en el secreto del misterio del Padre. Sin embargo, sabemos un principio fundamental con el que debemos enfrentarnos: «El cielo y la tierra pasarán, dice Jesús, pero mis palabras no pasarán”». El verdadero punto crucial es este. En ese día, cada uno de nosotros tendrá que entender si la Palabra del Hijo de Dios ha iluminado su existencia personal, o si le ha dado la espalda, prefiriendo confiar en sus propias palabras. Será más que nunca el momento en el que nos abandonemos definitivamente al amor del Padre y nos confiemos a su misericordia.
¡Nadie puede escapar de este momento, ninguno de nosotros! No tendremos con nosotros nada más que lo que hemos logrado en esta vida creyendo en su Palabra. Solo llevaremos con nosotros lo que hemos dado. (Francisco, Ángelus, 18/11/2018)

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Nadie conoce cuándo llegará el fin del mundo. Sólo el Padre lo sabe. El evangelio presenta este acontecimiento como el triunfo definitivo de Jesucristo. La humanidad reconocerá, aquel día, la gloria del Señor. Pero hay un fin del mundo para cada uno de nosotros: es el final de nuestra vida. Frente a esa realidad no cabe el temor, sino la confianza porque el Señor es el fin de nuestra vida y gozaremos para siempre de Él y con Él.

Puedes acceder al documento desde el siguiente enlace: Pan del Alma 14 de noviembre.

Fuente: Salesianos Perú

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