XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

María ayuda a los esposos a vivir y renovar siempre su unión a partir del don originario de Dios.

LO QUE DIOS UNIÓ

El Evangelio de este domingo nos ofrece la palabra de Jesús sobre el matrimonio. El relato se abre con la provocación de los fariseos. Jesús redimensiona la prescripción mosaica diciendo que se trata de una concesión por nuestro egoísmo, pero no se corresponde con la intención originaria del Creador.
Y Jesús retoma el Libro del Génesis: «Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne». Y concluye: «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre». En el proyecto originario del Creador, no es el hombre el que se casa con una mujer, y si las cosas no funcionan, la repudia. No. Se trata, en cambio, de un hombre y una mujer llamados a reconocerse, a completarse, a ayudarse mutuamente en el matrimonio Esta enseñanza de Jesús es muy clara y defiende la dignidad del 
matrimonio como una unión de amor que implica fidelidad. Lo que permite a los esposos permanecer unidos en el matrimonio es un amor de donación recíproca sostenido por la gracia de Cristo. Si en vez de eso, en los cónyuges prevalece el interés individual, la propia satisfacción, entonces su unión no podrá resistir. Jesús confirma el designio de Dios, en el que destacan la fuerza y la belleza de la relación humana. La Iglesia, por una parte no se cansa de confirmar la belleza de la familia, pero al mismo tiempo se esfuerza por hacer sentir concretamente su cercanía
materna a cuantos viven la experiencia de relaciones rotas o que siguen adelante de manera sufrida y fatigosa.
El modo de actuar de Dios mismo con su pueblo infiel —es decir, con nosotros— nos enseña que el amor herido puede ser sanado por Dios a través de la misericordia y el perdón. Por eso a la Iglesia, en estas situaciones, no se le pide inmediatamente y solo la condena. Al contrario, ante tantos dolorosos fracasos conyugales, esta se siente llamada a vivir su presencia de amor, de caridad y de misericordia para reconducir a Dios los corazones heridos y extraviados. (Francisco, Ángelus, 7/10/2018)

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

Octubre es el mes misionero. Tiempo especial de solidaridad con los dos tercios de la humanidad que no conocen a Cristo y con los misioneros y misioneras, testigos del Evangelio en los lugares más abandonados, sumidos en la pobreza y la injusticia.
Octubre es el mes morado, dedicado al Señor de los Milagros, a la contemplación de su amor y misericordia.
Hoy el evangelio nos habla del matrimonio según el proyecto de Dios. Muchas razones para elevar una oración confiada por los misioneros, los jóvenes y los matrimonios. Pidamos para que nuestras familias sean pequeñas iglesias misioneras.

Puedes acceder al documento desde el siguiente enlace: Pan del Alma 03 de octubre.

Fuente: Salesianos Perú

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