XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Estamos en el mes de la Biblia. Cuidemos en este mes la escucha y la puesta en práctica de la Palabra de Dios.

“EFFETÁ”, ÁBRETE

El Evangelio de este domingo se refiere al episodio de la sanación milagrosa de un sordomudo, realizada por Jesús. Le llevaron a un sordomudo, pidiéndole que le impusiera la mano. Él, sin embargo, realiza sobre él diferentes gestos: antes de todo lo apartó lejos de la multitud. En esta ocasión, como en otras, Jesús actúa siempre con discreción. No quiere impresionar a la gente, Él no busca popularidad o éxito, sino que desea solamente hacer el bien a las personas. Con esta actitud, Él nos enseña que el bien se realiza sin clamores, sin ostentación, sin «hacer sonar
la trompeta». Se realiza en silencio. Cuando se encontró apartado, Jesús puso los dedos en las orejas del sordomudo y con la saliva le tocó la lengua.
Este pasaje del Evangelio subraya la exigencia de una doble sanación. Sobre todo la sanación de la enfermedad y del
sufrimiento físico, para restituir la salud del cuerpo… Pero hay una segunda sanación, quizá más difícil, y es la sanación del miedo. La sanación del miedo que nos empuja a marginar al enfermo, a marginar al que sufre, al discapacitado. Y hay muchos modos de marginar, también con una pseudo piedad o con la eliminación del problema; nos quedamos sordos y mudos delante de los dolores de las personas marcadas por la enfermedad, angustias y dificultades.
Demasiadas veces el enfermo y el que sufre se convierten en un problema, mientras que deberían ser ocasión para manifestar la preocupación y la solidaridad de una sociedad en lo relacionado con los más débiles.
Jesús nos ha desvelado el secreto de un milagro que podemos repetir también nosotros, convirtiéndonos en protagonistas del «Effetá», de esa palabra «Ábrete» con la cual Él dio de nuevo la palabra y el oído al sordomudo. Se trata de abrirnos a las necesidades de nuestros hermanos que sufren y necesitan ayuda, escapando del egoísmo y la cerrazón del corazón. Es precisamente el corazón, es decir el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús ha venido a «abrir», a liberar, para hacernos capaces de vivir plenamente la relación con Dios y con los demás. (Francisco,
Ángelus, 9/09/2018)

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús pasó por este mundo haciendo el bien a todos. A nosotros, en cambio, nos cuesta mucho, porque somos débiles y egoístas. Sin embargo, Dios no cesa de invitarnos a hacer todo el bien posible con el poder del amor y la bondad que anida en nuestro corazón y que Él robustece con su gracia. 
Nada es pequeño si el amor es grande, y cualquiera sea el lugar que ocupemos en la sociedad, cualquiera sea nuestra cultura o profesión, podemos pasar por el mundo haciendo, como Jesús, el bien a todos

Puedes acceder al documento desde el siguiente enlace: Pan del Alma 05 de setiembre.

Fuente: Salesianos Perú

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