XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Todos tenemos “hambre y sed”: hambre y sed de atenciones, de cariño, de amistad, de amor verdadero, de justicia, de paz, de felicidad. Jesús nos dice: “Yo soy el pan de vida”.

LA OBRA DE DIOS ES QUE CREAN

En el evangelio de hoy la multitud, hambrienta de Jesús, se pone a buscarle. Pero Jesús quiere que la búsqueda de Él
vaya más allá de la satisfacción inmediata de las necesidades materiales. Jesús ha venido a abrir nuestra existencia a
un horizonte más amplio respecto a las preocupaciones cotidianas del nutrirse, del vestirse, de la carrera, etc. De
hecho, la multiplicación de los panes y de los peces es un signo del gran don que el Padre ha hecho a la humanidad y
que es Jesús mismo.
Él, verdadero «pan de la vida», quiere saciar no solamente los cuerpos sino también las almas, dando el alimento espiritual que puede satisfacer el hambre profunda. Por esto invita a la multitud a procurarse no la comida que no dura, sino esa que permanece para la vida eterna (cf. v. 27). Se trata de un alimento que Jesús nos dona cada día: su Palabra, su Cuerpo, su Sangre.
La multitud escucha la invitación del Señor, pero no comprende. Los que escuchan a Jesús piensan que Él les pide
cumplir los preceptos para obtener otros milagros. Es una tentación común, esta, de reducir la religión solo a la práctica de las leyes, proyectando sobre nuestra relación con Dios la imagen de la relación entre los siervos y su amo: los siervos deben cumplir las tareas que el amo les ha asignado, para tener su benevolencia. Esto lo sabemos todos.
Por eso la multitud quiere saber de Jesús qué acciones debe hacer para contentar a Dios. Pero Jesús da una respuesta inesperada: «La obra de Dios es que crean en quien él ha enviado» (v. 29). Estas palabras están dirigidas, hoy, también a nosotros: la obra de Dios no consisten tanto en el «hacer» cosas, sino en el «creer» en Aquel que Él ha mandado.
El Señor nos invita a no olvidar que, si es necesario preocuparse por el pan, todavía más importante es cultivar la
relación con Él, reforzar nuestra fe en Él que es el «pan de la vida», venido para saciar nuestra hambre de verdad, nuestra hambre de justicia, nuestra hambre de amor. (Francisco, Ángelus, 5/8/2018)

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario

Todos tenemos “hambre y sed”: hambre y sed de atenciones, de cariño, de amistad, de amor verdadero, de justicia, de paz, de felicidad. Corremos todos los días tras estos anhelos de nuestro corazón, tratando de alcanzarlos, pero, a menudo, los buscamos en personas y lugares equivocados. Hoy, Jesús nos dice: “Yo soy el pan de vida”.
Con su Palabra y con su Pan, Cristo satisface los anhelos más profundos de nuestra vida.

Puedes acceder al documento desde el siguiente enlace: Pan del Alma 01 de agosto.

Fuente: Salesianos Perú

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