XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús nació en un establo y se ganó la vida como carpintero. Por eso les fue difícil a sus paisanos verlo como el enviado de Dios, el Salvador. Señor, que nunca me aparte de ti.

NO LO RECIBIERON EN SU CASA

El Evangelio de hoy presenta a Jesús cuando vuelve a Nazaret y comienza a enseñar en la sinagoga. La gente de Nazaret primero escucha y se queda asombrada; luego se pregunta perpleja: «¿De dónde vienen estas cosas?», ¿esta sabiduría?, y finalmente se escandaliza, reconociendo en Él al carpintero, el hijo de María, a quien vieron crecer.
Nos preguntamos: ¿Por qué los compatriotas de Jesús pasan de la maravilla a la incredulidad? Hacen una comparación entre el origen humilde de Jesús y sus capacidades actuales: es carpintero, no ha estudiado, sin embargo, predica mejor que los escribas y hace milagros.
Y en vez de abrirse a la realidad, se escandalizan: ¡Dios es demasiado grande para rebajarse a hablar a través de un
hombre tan simple! Es el escándalo de la encarnación: el evento desconcertante de un Dios hecho carne, que piensa con una mente de hombre, ama con un corazón de hombre, un Dios que lucha, come y duerme como cada uno de nosotros.
Este es un motivo de escándalo y de incredulidad no solo en aquella época, sino en cada época, también hoy. El
cambio hecho por Jesús compromete a sus discípulos de ayer y de hoy a una verificación personal y comunitaria. El
Señor nos invita a asumir una actitud de escucha humilde y de espera dócil, porque la gracia de Dios a menudo se nos presenta de maneras sorprendentes, que no se corresponden con nuestras expectativas. Pensemos en la Madre Teresa di Calcuta. Esta pequeña hermana, con la oración y con su obra hizo maravillas. La pequeñez de una mujer revolucionó la obra de la caridad en la Iglesia. Debemos esforzarnos en abrir el corazón y la mente, para acoger la realidad divina que viene a nuestro encuentro. Se trata de tener fe: la falta de fe es un obstáculo para la gracia de Dios.
Muchos bautizados viven como si Cristo no existiera: se repiten los gestos y signos de fe, pero no corresponden a una
verdadera adhesión a la persona de Jesús y a su Evangelio. Cada cristiano está llamado a profundizar en esta pertenencia fundamental, tratando de testimoniarla con una conducta coherente de vida. (Francisco, Ángelus, 8/7/2018)

XIV Domingo del Tiempo Ordinario

Jesús nació en un establo y se ganó la vida como carpintero. Por eso les fue difícil a sus paisanos verlo como el enviado de Dios, el Salvador.
Hoy, también nos cuesta verlo así, por eso nos sigue enviando “profetas”, sacerdotes, religiosos/as y laicos, anunciadores y testigos del mensaje de su amor misericordioso. Más aún, todos los seguidores de Jesús somos “profetas”: anunciadores y testigos del amor de Dios con la palabra, con el ejemplo, con el sacrificio de nuestras vidas.

Puedes acceder al documento desde el siguiente enlace: Pan del Alma 04 de julio.

Fuente: Salesianos Perú

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